SUEÑO
NÚMERO 3. VAMPIROS SON
Ya
llevaba una temporadita sin soñar nada bueno para escribir,
pero esta noche he tenido suerte y he soñado un montón
de cosas que espero que, bien ordenaditas, den para algo. Atención
porque se cambia el registro y esta noche ha sido de terror. Bienvenidos
a mi nuevo sueño: VAMPIROS SON.
Todo
empieza de una manera más o menos borrosa, en un avión
con destino a Friburgo, Alemania. El avión aterriza, pero sufre
un retraso porque, al parecer, según se rumorea entre los pasajeros,
el piloto, ya en tierra, ha pilotado el avión en sentido contrario
por una vía de sentido único y se encuentra retenido.
Finalmente el avión acaba dando un rodeo tremendo e incluso
rueda sobre unas vías de tren. Al fin, llego a mi destino y,
poco tiempo después, me encuentro rodeado de mi familia, de
mis semejantes... de los vampiros. El caso es que yo no quiero ser
vampiro. No me siento vampiro ni quiero hacer fechorías ni
ir por ahí chupando sangre ni nada. Pero claro, tampoco puedo
decirlo abiertamente, así que lo que hago, básicamente,
es escaquearme de las actividades vampirescas. Soy el vampiro bueno,
en resumidas cuentas.
Me llevan a un lugar en donde ocurre algo sobrecogedor. Mis semejantes
tienen una especie de esclavos que utilizan para trabajos de maldad
más o menos mundanos, para cosas más de diario. Tienen
el aspecto de un hombrecillo de galleta, como el de la película
Shrek, con la salvedad de que parecen estar hechos de gomas elásticas.
No saben nadar, así que los vampiros se afanan en enseñarles.
En una escena a la orilla del mar, prácticamente cada vampiro,
sumergido hasta la cintura, sujeta las manos de un hombrecillo marrón
que se afana en patalear para aprender el movimiento de piernas del
estilo libre. Los vampiros son unos seres que, básicamente,
van vestidos de negro y tienen la cabeza llena de afiladas púas
de unos veinte centímetros de longitud. Pero, un momento, algo
se oye detrás de unos matorrales. Hay un humano espiando las
clases de natación. Ante la repugnancia de la escena, apenas
es capaz de aguantar el vómito. No puedo decir nada, no puedo
delatarlo. Si lo hiciera sería fatal para él. Pero creo
que no he sido el único vampiro que ha oído al pobre
humano. Veo miradas de complicidad, parecen disimular. Yo no puedo
hacer otra cosa que hacerme el loco, el sueco, el longanizas...
Un poco más tarde, salimos todos andando por la orilla del
mar o del lago o de lo que fuera aquello. Se hace de noche. Supongo
que vamos a una fiesta de vampiros o algo así. El caso es que
los vampiros más jóvenes, los mozos, vaya, se dieron
cuenta de lo del pobre humano, y un grupo de ellos vuelve para hacerle
perrerías. Yo me vuelvo a hacer el loco. Yo no puedo participar
en ese tipo de cosas, que a mí el humano ése no me había
hecho nada. El caso es que parece que también las vampiresas
con las que voy quieren ir a ver el espectáculo y volvemos
caminando por un callejón oscuro.
Por el callejón nos empezamos a encontrar grupos de jóvenes
con marcha que venían en sentido contrario. Pequeños
grupos, cada grupo disfrazado de una cosa, como si fueran tribus urbanas,
pero no tribus urbanas al uso, sino un grupo disfrazado de frailes,
otro de otra cosa más rara aún... Recuerdo que tuve
algo más que palabras con alguno de los jóvenes, y que
alguien me pinchó en la nalga derecha con una bola verde de
pinchos (como la cabeza de un vampiro, pero de mentira) y sangraba
y todo. Entonces llegó un cura a poner orden en todo aquello
y comenzó a pasar lista nombrando a partir de un listado que
tenía de la parroquia. Mejor ocasión que ésa
no había para escaparme.
Huyo lo más rápido que puedo. Está empezando
a amanecer. No puedo dejar que nadie me vea, ni vampiros ni personas
normales. Corro con todas mis fuerzas. Espera. Un vampiro es poco
más que un animal. Lo mejor será correr a cuatro patas.
Sí, así puedo utilizar todo mi poder sobrenatural para
ir a toda velocidad. Voy buscando las sombras de los muros, las de
los árboles, las de los arbustos. Acabo llegando a una plaza
con un jardín en el medio. El jardín tiene un gran árbol
y flores y setos plantados alrededor. Me tumbo entre unas flores blancas
para buscar la sombra. Los pocos jóvenes con marcha que quedan
se van dando tumbos a sus casas. Una pareja de enamorados está
tumbada junto a mí morreándose. Me ven. Ella me riñe
por chafar las flores, me empujan. Me aparto. Entonces, viene otra
persona y me vuelve a reñir. Me alejo aún más
de las flores. Miro hacia arriba y veo un edificio de paredes blancas
y ventanas rojas, con una sola teja en la pared que se mueve arriba
y abajo con un mecanismo. "Este edificio ya me lo enseñó
Juan en Leeds", pienso. A correr otra vez. A correr. A correr,
que ya sé cómo llegar a casa de Eugenio desde aquí.
Llego a casa de Eugenio ya de día y cojo mis cosas para ir
a la universidad. La casa está rodeada de una valla de forja
y yo voy andando, medio flotando, por la parte superior de la misma.
Fuera del recinto hay una vampiresa guapísima, con el pelo
largo, rizado y rubio y una camiseta con los colores de la bandera
del Reino Unido. Le digo algo, supongo que algún piropo vampiro,
y me voy a la universidad saltando por las copas de los árboles.
No he tenido suerte, y la vampiresa no se viene detrás de mí
(bueno, sí, yo pensaba que sólo con el piropo ya se
iba a venir conmigo).
Lo malo es que no sé cómo llegar a la universidad, y
no sé qué autobús hay que coger. Veo caras conocidas
de Alcalá que corren para coger un autobús. Seguro que
van a la universidad, pero no llego a tiempo y el autobús se
me escapa delante de mis narices. Estoy un poco perdido, menos mal
que me encuentro con Eugenio y Raquel que me explican un poco y al
final acabo cogiendo un taxi con unas señoras mayores que iban
también a la universidad.
Entonces, montado en el taxi, pienso: "tengo que aprovechar el
tiempo que voy a estar aquí para trabajar, no puedo estar todo
el día de juerga, que vaya nochecita".
GUELO
PUES
SÍ
El
amigo Alfonso me comentó un buen día que estaba preparando
una nueva edición de su ME MOLO A MI MISMO. Yo con mi bocachanclismo
habitual accedí.
Y es que, señores, yo siempre me voy a la guerra y me mandan
a la mierda. Desde que era un crío ya empecé a meterme
en berenjenales varios, y esto ha sido un no parar de hundirnos desde
entonces en, precisamente, la mierda.
Y eso que yo iba para crío normal y, como no, adulto aburrido.
Vamos, para una foto perfecta de flequillo a la derecha, sonrisa inmaculada
y ropa de domingo.
Joder, mamá, perdóname pero sinceramente no se donde
te despistaste permitiéndome enredarme en una espiral de estupidez
vital. Con lo guapo que estoy en la foto de la puta Primera Comunión,
esa que tú también tienes amigo lector y que es un objeto
sagrado en el salón de la casa de tus viejos y abuelos.
La mía, como la tuya, tiene ese rictus ridículo muchas
veces decorado con la típica frase "El día más
feliz de mi vida", en mi caso no hay frase pero a lo que vamos,
la cara de soplapollas no se la salta un gitano estrábico.
Calculo yo que debió ser por aquella época cuando las
cosas empezaron a gestarse... Una mañana de domingo, de esas
tediosas que ves las calles vacías, íbamos mi bendito
padre y yo volviendo a casa en coche. No se que extraña meditación
le pasó a mi Augusto progenitor por sus meninges pero en medio
de uno de sus habituales silencios al volante me suelta:
- Hijo ¿qué quieres ser de mayor?
Yo flipando. De verdad, estaba en blanco. Jamás me lo había
planteado.... Pero, cojones, ¡que estaba en la puta E.G.B! Fue
entonces cuando de la nada surgieron los fonemas que parirían
en un futuro no tan lejano las canas de mi padre y los gritos en el
cielo de mi madre.
- Kinki, contesté.
Madre mía, menudo bandazo que se marcó Jesús
con aquel SEAT 124 granate...
De la conversación que siguió apenas recuerdo nada.
Lo que si recuerdo es como, si bien por dentro ya notaba algo cocerse
a fuego lento, a los ojos académicos mi camino aún no
se asemejaba demasiado perdido.
Fue en 2º de BUP cuando el latín se me cruzó, literalmente,
en mi camino a modo de hijoputada curricular. Hombre, tampoco ayudaba
mucho aquel fenómeno de la naturaleza que algunos llamaban
profesor. Un tipo que se sentaba en clase tirando su cuerpo orondo
encima de la mesa a la vez que emitía una voz nasal odiosa.
Era calvo, por supuesto, y con unos ojos que miraban cada uno a un
punto cardinal distinto. Este adonis picasiano era un auténtico
compendio de virtudes que se cambiaba de ropa el primer jueves de
cada mes. Y alguno se lo saltaba, que conste.
Su rasgo más peculiar era que una vez en clase, tirado literalmente
sobre la mesa desde la que impartía su peñazo clásico,
arrojaba sus dos extremidades superiores sobresaliendo de su altar
cosa de un metro. Variaba menos de postura que de ropa el muy cabrón.
Con este croquis comprenderéis, agudos amigos, por que le llamaban
el Centollo.
Bueno, la cosa es que entre el rosa/rosae, el locativo y el asco que
me da el marisco yo no podía con la dichosa asignatura. Un
día que olía a lentejas llegué a casa y abordé
a mi madre:
- Mamá, no puedo. No puedo con el latín.
- ¡Tranquilo hijo! exclamó. Si hace falta te apunto a
clases con un profesor NATIVO.
- Mamá, joder... nativo no, que es imposible, que el latín
es una lengua muerta.
- No, no... ¡nativo es alguien que lo habla muy bien!
¡BRAVO!
Debió
ser también por aquellos meses de profesorado nativo cuando,
envalentonado, me fui un sábado tarde al bar donde yo y mis
amigotes solíamos quedar antes de ir a la infecta discoteca
de turno. Digo lo de envalentonado por que, como todos los adolescentes
de mierda, estaba enfadado con el mundo y además tenía
bastantes ganas de mambo, así que me presenté allí
una media hora antes que los demás.
- ¿Y
ahora qué me pido?, pensé.
Yo, como buen quinceañero pringado y que-va-de-listillo, quería
parecer salvaje, peligroso, un tipo de cuidado. Así que con
gesto adusto y voz de perdonavidas de tres al cuarto llamé
a la camarera.
Nuestra heroína sirve-cervezas era una chica rubia, gordita,
de voz aguda, cara pálida y unos ojos saltones y azules bastante
llamativos. Nosotros en un alarde de hijoputismo la llamábamos
"La Walkiria".
- ¡Eh! (voz de imbécil perdonavidas). Walkiria, ¡pónme
un tequila, cagondios!
El menda, obvia decir, en su puta existencia había tomado uno.
La cosa era ir de vuelta en la vida, cuando ni si quiera se había
salido del pueblo.
Pues
allí llega nuestra dama, con sabe dios que tequila de mala
muerte y un vaso de chupito con más roña que las uñas
de Diógenes. Yo, codo en barra, la observo venir. Pone las
movidas y... ¡ay amigo!, lanza una cuestión totalmente
inesperada al aire :
- ¿Quieres sal y limón?
- Mecagondios, ¿el qué, ho? Pensé para mis adentros.
Yo intenté mantenerme hierático, distante, frío,
calculador... seguro que tenia más cara de payaso que Fofito
estornudando.
- ¡Claro, joder! respondí.
- Muy bien, asiente la Walkiria.
Va y me pone un limón - que si me pone una raspa de bacalao
daba igual de lo seco que estaba - y a su lado, un salero.
Sus ojos se clavan en mí esperando que realizara la maniobra
chupitil habitual.
Yo, que miro aquello pensando que cojones hacer, me decido a empezar.
Cojo la sal, la tiro dentro del chupito, el limón lo exprimo
y le espeto a la camarera:
- ¿Cagondios, no tienes una cuchara pa' remover esto?
Imagínense ustedes el gesto de la chica taburete. No sabía
como reaccionar. Yo, con la cuchara en la mano empiezo a remover el
mejunje y me lo bebo impetuosamente seguido de una nada discreta y
espectacular arcada, seguida a su vez de una retahíla de eructos
bastante bien logrados. Menudo blancazo, señores.
Intentándome arropar en un velo de dignidad y arrogancia me
vuelvo sobre la barra y pregunto a ver que partido de fútbol
echaban por la tele con una cara de desencaje de proporciones bíblicas.
- Hoy juega el Logroñés, ¿no?
No pasaron 5 minutos cuando un nuevo parroquiano visitó la
barra y solicitó un tequila con su sal y limón para
beber. Lógicamente escapé con el rabo entre las piernas
del garito en cuanto vi como se ejecutaba con precisión ese
ritual tequiliano que yo mancillé profundamente a cambio de
darle a esa santa walkiria una anécdota para el resto de su
vida.
Si, amigos. El que no sabe es como el que no ve. Y el que no sabe,
y quiere aparentar que si sabe, es un gilipollas. Ojo, tenga la edad
que tenga.
ARCADIO
COMPAÑEROS
Soplan
malos vientos, en Cuba, por el apelativo "compañero"
y sus derivados "compañera", "compañeras"
y "compañeros". Lo denunciaba hace poco el órgano
oficial del partido único, Granma. No hace mucho, una presentadora
de la televisión cubana se dirigió a los invitados al
programa y, en lugar de hacer servir el reglamentario "compañeros",
les dijo "señores". "¡Señores!"
Granma explica que, lamentablemente, no se trata de un caso aislado.
Cita también el caso de un soldado que, en una calle de La
Habana, se encontró con una niña que lo paró
para pedirle hora y, en lugar de decirle: "Por favor, compañero,
¿qué hora es?", le dijo: "Por favor, señor,
¿qué hora es?". El soldado se quedó, lógicamente,
helado.
El apelativo "señor" y sus derivados ("señora",
"señoras", "señores") han estado
eliminados del vocabulario oficial cubano durante estos años
revolucionarios. Granma piensa que estos dos casos - el de la presentadora
de televisión y el de la niña - demuestran hasta que
punto se ha debilitado el sentido fraternal entre los cubanos, todos
ellos revolucionarios sin excepción, y hasta que punto algunos
cubanos malos dejan de identificarse con los principios de la Revolución.
Granma intuye en esta recuperación del apelativo "señor"
el espectro de la derrota inevitable, pero no lo dice. Lo que dice
es que ve debilidad y actitudes contrarrevolucionarias que están
arraigando en el país.
El "tovaritx" ruso desapareció con el intento de
golpe de estado de agosto de 1991. El "camarada" que hacían
servir falangistas y comunistas españoles fue diluyéndose
a medida que fueron diluyéndose las creencias respectivas.
Los comunistas más guays, reciclados en socialistas (marxistas
al principio y pragmáticos más tarde) substituyeron
aquel "camarada" por "compañero", y aún
ahora, cuando va sin corbata, pocas veces todo sea dicho de paso,
Felipe González, se dirige a los militantes del partido o del
sindicato subalterno con este apelativo, "compañero",
en plural y con la variante políticamente correcta: "compañeros
y compañeras".
En Cataluña, "company", y sus variantes, hizo una
rápida carrera dentro de lo que nosotros llamábamos
"xiruquisme", para que me entendáis, los típicos
progres jipis excursionistas. Estos, y muchos más, llegaron
al máximo grado de degeneración con aquella cursilada
de (por no decir "marido", "esposa", "hombre"
o "mujer") utilizar "mi compañero" o "mi
compañera". Pero lo más grave de todo, revolución
cubana incluida, es la puta manía de mucha gente, sobretodo
tipejos y tipejas muy modernos ellos y liberales, que han arrinconado
el "compañero" o "compañera" por
el aún más cursi y erróneo, "mi pareja",
fórmula que sólo sería lógica en el caso
de un miembro de un ménage à trois que presentase a
los otros dos
¿o no, compañeros/as?
GARROTADA
SMITH