Cómo alargar una serie en el tiempo: el secreto, antes de la proliferación de canales privados, consistía en conseguir sentar frente a la televisión a abuelos, hijos y nietos. Para ello, el cocktail parecía sencillo, pero no siempre funcionó la mezcla: humor blanco con unas gotitas de picante, misterio y romance.
Mucho romance, pero no sexo, con una pareja con eso tan difícil de valorar como la «química». Tensión sexual no resuelta (unresolved sexual tension) que funcionó en alguna comedia como Doctor en Alaska, pero cuyo hábitat natural eran las series de detectives, como Luz de Luna y Remington Steele (¿Expediente X?). Funcionó… y sigue funcionando. Vale, usted no ve Castle ni Bones (¿Fringe?), pero muchos sí. Al final, a quién demonios le importa el asesino si el romance promete. Un macguffin nada más. Queremos ver dobles juegos de palabras, miradas que lo dicen todo, un fundido en negro… (¿por qué los que no le damos una oportunidad -los que reconocemos aunque a desgana que de Fringe nos interesaban más las desventuras de Olivia y Peter que todo el universo paralelo- a Sira Quiroga y El tiempo entre costuras: además de romance, misterio, malos muy malos, tenemos paisjaes exóticos…?). Los problemas vienen en el momento en que los guionistas -valientes ellos- dan un pasito más y piensan: «si nosotros pintamos ya canas, tenemos mujer e hijos, Booth y Brennan también. Se llama evolución».
Se llama evolución, pero no lo hagan. Los que fingimos que no vemos, pero vemos, las series de Shonda Rimes (Anatomía de Grey, Scandal) en el fondo somos muy conservadores. Soportamos tiempo atrás las vueltas y revueltas de los sosainas de Ross y Rachel (Friends), pero no sé si soportaremos también las inevitables de Castle y Bones.
En los 80 (cuando Madonna aún era virgen, que canta Calle 13, y por fin meto una referencia musical) Remington Steele y Luz de Luna respondían a la fórmula de la «tensión sexual no resuelta». Prefiero con mucho la primera a la segunda pero como la máquina (el formato) vence al hombre y tocaba sesión de vinilos; y rulaba por ahí la banda sonora de Luz de luna de cuando el éxito de al Jarreau para su intro: Moonlight; y me apetecía hablar sobre comedias de «tensión sexual no resuelta»… En fin, tras las parrafadas…
Luz de Luna, una serie de Glenn Gordon Caron (Medium), se estrenó en el año 1985 (tres más tarde que Remington Steele) y duró 66 episodios. Nos presentaba a un Bruce Willis pre Demi Moore, pre Jungla de Cristal, un Bruce Willis con pelo y a una Cybill Shepherd, que tuvo su mejor época en los 70, y que trataba de recuperar su carrera. Más le valdría haber seguido su relación con Peter Bogdanovich (sé que no, pero yo me postulo para una sección rosa de Tímpanos y Luciérnagas) y repetir por siempre La última película, aunque a Bogdanovich mejor le habría valido también continuar con su primera esposa, Polly Patt (continúo postulándome), ya que tras la separación también truncó su carrera, aunque nos queda el asesinato de Stratten y la posterior boda con la hermana de esta (ya dejo de postularme).
No recuperó su carrera Cybill (que interpreta ahora esporádicamente a la madre del prota de Psych, mi placer culpable. Uno de ellos), pero qué bien nos lo pasamos mi abuela, mi madre y yo con el detective de medio pelo y la modelo arruinada que se dispone a dirigir una agencia con esos vestiditos…
Y además cantaba -y no mal- con esos modelitos, vestido de noche, hombros desnudos, escote…, como en la escena elegida, el Blue Moon, y la acompañaba con el «instrumento» (les prometo que el humor de Luz de luna era más sutil, no mucho más) Bruce Willis (también cantaba, pero corramos un tupido velo, o no lo corramos, pero reservémosle un espacio a él solo otro día).
No ha envejecido mal Luz de luna. Así que denle una oportunidad. La música, la verdad, sonaba demasiado domesticada, pero si nacieron a finales de los 70 la intro de Al Jarreau será su magdalena de Proust, un regreso a los 80: El gran héroe americano; el coche fantástico; El trueno azul; Se ha escrito un crimen… En el mundo de las series de televisión no es cierto aquello de cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero fueron las series de nuestra infancia, aquellas capaces de sentarnos a toda la familia en la misma habitación sin tirarnos los trastos a la cabeza. Y no es poco.